Desde 1998, el Festival Ícaro ha librado una titánica labor para celebrar a los cineastas centroamericanos, y extender un puente entre nuestras naciones, tan cercanas geográficamente, pero a la vez tan separadas por las fuerzas del mercado. “Ixcanul”, producción guatemalteca ganadora del premio al Mejor Largometraje de Ficción, ha sido aclamada en el mundo entero. Ganó el premio Alfred Bauer en el Festival de Cine de Berlín. Se requiere un verdadero milagro para que se estrene en Nicaragua. O el Ícaro, que tendrá lugar del 24 al 31 de agosto.

María (María Mercedes Coroy) es una joven campesina kaqchikel. Vive en las faldas de un volcán, dentro de los linderos de una gran finca cafetalera. Su belleza llama la atención de Ignacio (Justo Lorenzo), hombre de confianza de un patrón invisible. Viudo, Ignacio necesita una mujer que le ayude a criar a sus tres hijos. Los padres de la muchacha, Juana (María Telón) y Manuel (Manuel Antún), miran la unión con buenos ojos. El enlace les permitirá sentar raíces y dejar la dura vida del trabajador migrante, vagando de finca en finca en busca de cosechas. No pierden una hija, más bien ganan un protector. Pronto, se hace evidente que nada de esto le importa a la silenciosa María. Ella solo tiene ojos para El Pepe (Marvin Coroy), un pobre jornalero empeñado en migrar a los EEUU.

“Ixcanul” revela su verdadera naturaleza poco a poco, recompensando con creces la paciencia del espectador. Bustamante ha estudiado con disciplina el “cinema lento” de los maestros de la nueva ola rumana. Construye su historia con tomas largas, donde la cámara – casi siempre estática – deja que los movimientos de los personajes, confinados en fotogramas cuidadosamente compuestos, descubran las revelaciones que cineastas menos talentosos ceden a las palabras. La preocupación por los dilemas derivados de la capacidad reproductiva de la mujer recuerda a la lacerante “4 Meses, 3 Semanas y 2 Dias” (Christian Mungiu, 2007).