Muchos lo conocieron como “el huracán perfecto”. Tenía un enorme ojo desde el que se desprendían inmensas bandas nubosas en forma de espiral.

El Mitch empezó a formarse en el mar caribe a inicios de octubre de 1998 como una tormenta tropical, pero a finales de ese mes se convirtió en un huracán y hoy es conocido como el más mortífero del siglo XX, según la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de los Estados Unidos (NOAA, por sus siglas en inglés).

Para encontrar un huracán más devastador que el Mitch, tenemos que irnos hasta octubre de 1780 cuando un enorme ciclón conocido como “Gran Huracán” azotó las islas caribeñas de Martinica, San Eustaquio y Barbados dejando a 22,000 personas fallecidas, según el registro histórico de huracanes de NOAA.

El Mitch llegó a ser un huracán temible de categoría cinco, la más grande en la escala Saffir-Simpson que se utiliza a nivel internacional para clasificar a estos ciclones. NOAA destaca en sus registros que es el huracán que ha estado más tiempo en categoría cinco, con un total de 33 horas.

Tocó tierra en las costas caribeñas de Honduras y Nicaragua el 24 de octubre de 1998 En estos dos países fue donde causó más estragos. La cifra de muertos que dejó es de aproximadamente de 11,000 personas. Solamente en Nicaragua dejó más de 3,000 fallecidos y pérdidas económicas valoradas en 5 mil millones de dólares de la época.

Managua, León, Estelí y Chinandega fueron los departamentos más afectados con el inicio de las lluvias, sin embargo, en cuestión de horas las afectaciones se replicaron por todo el país. Una gran cantidad de puentes y carreteras colapsaron, los ríos se desbordaron y varios municipios quedaron incomunicados y sin alimentos.

Fueron cuatro días con sus noches cayendo lluvia sin parar, mientras el país estaba paralizado por los estragos del huracán. El lago Xolotlán creció hasta 42 metros sobre el nivel del mar y se desbordó sobre la comunidad La Bocana, en Tipitapa, inundando la Carretera Panamericana.

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En algunas zonas del país, los pobladores decidieron evacuar por su cuenta ante la intensidad de las lluvias y la inacción de las autoridades. ARCHIVO/LA PRENSA

El municipio de Dipilto, al norte del país, se partió en dos porque la fuerza de las aguas que bajaron de los cerros creó un enorme cauce y dejó dividido el poblado, mientras que el desbordamiento del río Coco, hizo que las aguas arrasaran con 900 casas y el pequeño hospital de Wiwilí.

En Matagalpa y Estelí hubo deslizamientos de tierra que cobraron las vidas de al menos 14 personas y para el 30 de octubre ya se estimaba que las inundaciones y los aludes habían dejado unos 170 muertos en el país.

También se temía por la vida de 10,000 familias amenazadas por el cerro Peñas Blancas, en Matagalpa, y preocupaba la posibilidad de que un deslave del volcán Concepción sepultara la comunidad Sintíope, en Ometepe.

La gran ola de lodo

En Posoltega eran cerca de las once de la mañana de aquel 30 de octubre de 1998. Brisaba. Ya había 170 muertos por las lluvias, medio país inundado, ríos desbordados y comunidades desabastecidas e incomunicadas.

De repente, en las comunidades Rolando Rodríguez y El Porvenir, ubicadas en las faldas del volcán Casita, los pobladores solamente escucharon un estruendo, como de aviones o helicópteros, según relataron algunos testigos a los medios de comunicación de la época.

Era una gran masa de lodo que se desprendió desde el borde superior del volcán y se dejó venir encima del caserío. Se llevó todo lo que tenía en frente. Casas, árboles, vacas, granjas, personas vivas. Todo eso entre el lodo. Era una enorme masa de lodo, lodo y más lodo.

Tras una semana de aguaceros, la cima del volcán Casita acumuló unos 1,700 milímetros de agua, provocando una saturación en el suelo que llevó al desprendimiento de una masa rocosa que se deslizó cuesta abajo en forma de avalancha.

El deslave afectó a unas diez comunidades en las faldas del volcán, pero dos de ellas fueron enterradas por completo: El Porvenir y Rolando Rodríguez.

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24 años y más de 2,000 personas sepultadas: la tragedia del volcán Casita 6

De manera casi premonitoria, la alcaldesa de Posoltega, Felícita Zeledón, estuvo avisando a Managua sobre el peligro que estaban corriendo esas comunidades, pero nadie le dio importancia.

Nunca hubo una cifra oficial de muertos por el deslave del volcán Casita, pero se estimaron que fueron unas 2,800 personas las que murieron ese 30 de octubre de 1998.

Posoltega olía a muerto

Las primeras imágenes de la catástrofe se dieron a conocer hasta el lunes dos de noviembre. Habían sido captadas por el reportero gráfico Germán Miranda, quien trabajaba para el diario La Prensa en aquel entonces.

Miranda había llegado el domingo primero de noviembre a la zona del desastre a bordo de un helicóptero de la Fuerza Aérea. Nadie en la aeronave esperaba lo que vieron cuando la gente desesperada les hacía señales para pedirles que bajaran, según relató Miranda en una nota publicada por La Prensa el dos de noviembre de 1998.

“El niño, de ocho años de edad, sufre de una herida profunda en la pierna, que se ve hasta el hueso. La herida, según los médicos que lo atienden está infectada. La otra víctima es una niña de cinco años, quien perdió el cuero cabelludo por el lodo. Para identificarlos los médicos les pusieron un brazalete que dice Chinandega-Posoltega”, se lee en ese reporte.

“Por la tarde, las brigadas de rescate no habían penetrado a sectores como El Ojochal, donde se dice que no hay sobrevivientes y donde se asegura que unas 200 personas están sepultadas entre el lodo. La gente que quedó viva llora porque no tiene comida, ni agua y no saben cómo se alimentarán hoy porque ni siquiera la Fuerza Aérea puede penetrar hasta el lugar del desastre. Las labores del rescate se dificultarán porque hay muchos bancos de lodos movedizos”, agrega la nota del diario.

Miranda relató que vio piecitos y manos de niños que salían del lodazal que ya empezaba a secarse, y otras imágenes impactantes como la de una mujer embarazada con el vientre abierto y el feto sobre el lodo. Cuerpos amarillentos, verdes, morados que la corriente de lodo había estrellado contra troncos de árboles y bancos de lodo.

También había un hedor en la zona debido al montón de cadáveres en estado de putrefacción que no habían podido ser sacados del lodo. Muchos de los cuerpos tuvieron que ser quemados por brigadas del Ministerio de Salud para evitar la propagación de enfermedades.

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En esta imagen se aprecia el trayecto del deslave desde la cima del volcán Casita. ARCHIVO/LA PRENSA

Una médico general que atendió a sobrevivientes en la tragedia del Casita, recuerda que casi todo Posoltega olía a muerto. Esta doctora trabajaba en el puesto de salud Carlos Manuel Jarquín ubicado en una de las comunidades afectadas por el alud.

Tenía 28 años en ese entonces. Recuerda que el último día que pudo ir a trabajar fue el martes 27 de octubre, porque después, las lluvias habían inundado la carretera y no podía moverse desde Chichigalpa, en donde vivía, hasta el puesto de salud.

Fue hasta el sábado 31 de octubre que pudo salir. Seguía sin haber transporte, pero la gente se aventuraba a viajar entre comunidades transbordando. La doctora recuerda que tomó una motocicleta y llegó hasta cierto punto donde le tocó seguir caminando.

Salió a las seis de la mañana de su casa y llegó a Posoltega hasta medio día. Normalmente le tomaba media hora llegar allá. Para entonces, la noticia del alud ya se sabía, pero todavía no llegaba la ayuda y no se había sacado a los sobrevivientes de la zona.

“Llegando casi al empalme vi pasar un trailer con muertos”, relata la doctora. Ella conocía a muchas de las víctimas porque por años había trabajado en la zona. En cuanto llegó a la sede hospitalaria de Posoltega, se dispuso a atender a los heridos y sobrevivientes que traían del cerro llenos de lodo.

“Estaban en shock. No podías hablar con ellos porque lloraban. Fue algo que nunca me imaginé que lo iba a vivir”, relata la doctora

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Varias carreteras en todo el país quedaron bajo el agua y muchos poblados incomunicados. ARCHIVO/LA PRENSA

La otra tragedia: Arnoldo Alemán

En 1998, Arnoldo Alemán era el presidente de Nicaragua y fue a su administración la que le tocó enfrentar el embate del huracán Mitch. Lo hizo de la peor manera posible: con una tranquilidad pasmosa y subestimando la capacidad del huracán para hacer daño.

La alcaldesa de Posoltega, Felícita Rodríguez, alertó al gobierno central de la tragedia que estaba a punto de suceder, pero la ignoraron. Incluso, fue ignorada cuando ella misma llamó a la Presidencia para informar que el deslave ya había ocurrido y que necesitaba ayuda de manera urgente

Mientras el volcán Casita se le venía encima a los pobladores de El Porvenir y Rolando Rodríguez, el gobierno de Alemán solamente decretó una “situación de desastre natural” en las zonas afectadas por inundaciones, y decía que todo estaba bajo control.

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Para muchas comunidades de la zona, el agua potable se hizo más escasa después del deslave del Casita. ARCHIVO/LA PRENSA

Como si eso hubiera sido poco, una parte de los fondos donados por países y organizaciones extranjeras para atender la desgracia, fue desviada y utilizada para construir mansiones propiedad de Alemán, y un palacete privado propiedad de Byron Jerez en Pochomil, según revelaron investigaciones periodísticas años después.

Donde fue la comunidad Rolando Rodríguez, hoy solamente hay un parque llamado “Parque Memorial Víctimas del Huracán Mitch”, que fue creado poco después del desastre en memoria de los fallecidos.

Tiene 2,800 árboles. Uno por cada víctima mortal del Mitch, o al menos el aproximado porque nunca se supo a ciencia cierta la cantidad de personas fallecidas tras el alud.

Ni la vida de los pobladores, ni la topografía del lugar volvieron a ser las mismas. La avalancha de lodo borró caminos y desde lejos todavía se aprecia la zanja que dejó el deslave en el volcán.

Meses después del deslave, algunos sobrevivientes y familiares de las victimas colocaron cruces de metal y de madera para recordar a sus familias. Todas con la misma fecha de defunción: 30-10-1998.